Por Jhon Martínez
La democracia dominicana vive un momento de tensiones y contradicciones. Formalmente, el país mantiene elecciones periódicas y un sistema político “abierto”; sin embargo, en la práctica, los cimientos de la democracia enfrentan amenazas que van desde la corrupción y la debilidad institucional hasta la manipulación mediática y la expansión de la desinformación en redes sociales.
Hoy, el debate público se ha visto contaminado por un fenómeno alarmante: la confusión deliberada entre información y entretenimiento. En programas de alto rating, los ciudadanos reciben más espectáculo que noticias verificadas, mientras periodistas y comunicadores, en lugar de ser guardianes de la verdad, se convierten en actores de propaganda y “prostitutos políticos” al servicio de intereses económicos y partidarios de la derecha y la ultraderecha fascista.
Las redes sociales, aunque representan un espacio inédito de participación y visibilidad, también son terreno fértil para la polarización, la manipulación y el odio digital. La mentira viaja más rápido que la verdad, y la viralidad se convierte en la nueva moneda de cambio, con plataformas que lucran del antagonismo y de la confrontación constante. En este escenario, la juventud dominicana se enfrenta al desafío histórico de recuperar la voz de la verdad.
Como generación digital, los jóvenes no pueden seguir siendo simples consumidores de información. Hoy más que nunca tienen el deber de convertirse en productores y guardianes de contenidos veraces. La tecnología ofrece herramientas para la verificación de datos, la creación de observatorios ciudadanos, la fiscalización en tiempo real y la construcción de comunidades de contrainformación que resistan las campañas de manipulación.
Pero no basta con señalar el problema. También se necesita un cambio cultural. La sociedad debe aprender a diferenciar entre noticia y espectáculo, entre debate democrático y circo mediático. Y en esto, el papel del periodismo crítico, libre y ético es insustituible. El periodista, bien formado y consciente de su rol, sigue siendo un guardián esencial de la democracia. Sin embargo, cuando se entrega a intereses partidarios o económicos, no solo traiciona su oficio, sino que atenta contra la misma estabilidad del sistema.
La juventud progresista dominicana, con visión estratégica y tecnológica, puede marcar la diferencia. No se trata de ser tolerantes con la mentira, sino de ser estratégicos en nuestra intolerancia: combatir la falsedad con educación, creatividad y organización. Desde cada aula, cada barrio y cada comunidad digital, los jóvenes están llamados a construir un nuevo pacto con la verdad y a proyectar la democracia dominicana como un ejemplo regional de transparencia y participación.
Porque sin verdad, no hay democracia.
Porque sin juventud, no hay futuro.
Porque sin acción, no hay esperanza.