Por Oscarina Martínez
En estos tiempos modernos donde todo se disfraza —desde la represión hasta la venta del país por pedacitos— hay que hablar claro: lo que está pasando en la República Dominicana y en gran parte del mundo no es simplemente una “ola conservadora”, ni un simple debate de ideas. Es fascismo, aunque venga sin botas ni bigote, aunque venga con traje y corbata y se tome fotos en el Malecón.
Aquí se está cocinando un modelo de sociedad donde el rico se hace más rico, el Estado se desmantela a nombre de la “eficiencia” y la juventud solo tiene dos opciones: emigrar o sobrevivir. Privatizarlo todo —el agua, la salud, la educación, hasta el aire que respiramos— no es modernización, es despojo. Y ese despojo viene acompañado de un discurso que criminaliza la protesta, que vigila al que disiente, que persigue al diferente y aplaude al poderoso. Eso, aunque le duela a algunos, es fascismo.
El Código Penal aprobado recientemente no es solo una ley. Es una declaración de guerra contra las mujeres, contra la juventud, contra los sectores populares. Se criminaliza el aborto, se invisibilizan las orientaciones sexuales diversas, se refuerzan las lógicas de represión policial y se entierra la posibilidad de un sistema de justicia verdaderamente progresista. No hay que ir a Europa para ver el retroceso: lo tenemos aquí, firmado y aplaudido por congresistas que hablan de Dios con la boca, pero gobiernan para el diablo.
Y mientras tanto, nos quieren hacer creer que ser de izquierda es un pecado, que lo progresista es una moda traída desde fuera, que hablar de justicia social es comunismo trasnochado. Nos han querido vender una izquierda caricaturizada, como si el progresismo fuera una agenda de minorías desconectadas de la realidad nacional. Pero la verdadera izquierda —la que nace del campo, de los barrios, de las luchas sindicales, feministas, ambientalistas y juveniles— está más viva que nunca. Y es más necesaria que nunca.
Porque cuando te quitan el hospital del pueblo, cuando te suben la tarifa eléctrica, cuando te dicen que el sueldo no da pero hay que pagar más por la educación, eso no es azar. Eso es un modelo de país que no te incluye. Y no basta con indignarse: hay que organizarse, hay que proponer, hay que construir una alternativa.
En un país donde la corrupción se privatiza, la justicia se negocia y la política se convierte en show, levantar la voz no es solo un derecho: es una obligación histórica. El fascismo no vendrá con tanques. Ya está aquí. Y se combate con conciencia, con movilización, con memoria y con dignidad.