Por José A. Díaz
Durante más de seis décadas, Cuba ha enfrentado uno de los bloqueos económicos, comerciales y financieros más prolongados y severos de la historia moderna. Desde 1960, Estados Unidos ha mantenido una política de sanciones destinada a asfixiar económicamente a la isla, argumentando que busca combatir el socialismo. Sin embargo, surge una pregunta inevitable: si el socialismo cubano “no funciona”, ¿por qué tanto empeño en impedir que el pueblo cubano decida su propio destino?
El bloqueo no solo impacta al gobierno, sino que afecta directamente a la población. Limita el acceso a medicamentos, alimentos, tecnología y financiamiento internacional. Cada año, la Asamblea General de las Naciones Unidas vota casi de manera unánime para exigir el fin de esta política injusta. Más de 185 países respaldan a Cuba, mientras que solo Estados Unidos e Israel suelen mantener su voto a favor del bloqueo. Esa solidaridad mundial no es solo un gesto ideológico: es un reconocimiento del derecho de un pueblo a existir y desarrollarse sin presiones ni chantajes externos.
A pesar de todo, Cuba ha demostrado una notable resistencia. Con recursos limitados, ha mantenido un sistema de salud ejemplar, enviando médicos a más de 60 países y desarrollando sus propias vacunas, incluso en medio de la pandemia. Ha apostado por la educación, la cultura y la ciencia como pilares de su identidad nacional. Esta capacidad de resistencia no se explica únicamente por ideología, sino por dignidad, por el profundo sentido de independencia que ha caracterizado a su pueblo desde 1959.
El mundo observa y acompaña, porque entiende que no se trata solo de Cuba, sino del principio de soberanía. De la libertad de cada nación para elegir su propio camino político y social sin sufrir castigos por ello. Los pueblos que han apoyado a Cuba lo hacen porque saben que la solidaridad es la verdadera fuerza transformadora, la que desafía la injusticia y siembra esperanza incluso en tiempos de cerco.
Cuba no se ha rendido, porque no ha estado sola en esta lucha. Su resistencia refleja también la de aquellos que creen que un mundo más justo y humano aún es posible.