Por Oscarina Martínez
El fascismo, ideología que exalta el autoritarismo, la xenofobia y la supresión de la diversidad, ha dejado una huella oscura en la historia mundial. Lejos de ser una reliquia del pasado, sigue siendo una amenaza vigente que, en la era digital, ha encontrado en las redes sociales y los medios en línea un vehículo de propagación masivo. A través de estas plataformas, el fascismo se camufla bajo mensajes nacionalistas, discursos de odio o la aparente “defensa de los valores tradicionales,” resonando particularmente entre quienes enfrentan inseguridad económica o política.
Las redes sociales han facilitado la expansión de ideas fascistas mediante memes, teorías conspirativas y narrativas emocionales diseñadas para apelar al miedo y la ira. Estos mensajes, potenciados por algoritmos que priorizan contenidos emocionalmente cargados, suelen presentarse como expresiones inofensivas de “orgullo nacional” o “defensa de la identidad.” Sin embargo, detrás de este disfraz, se promueven exclusión, intolerancia y deshumanización. Así, las redes sociales se convierten en un doble escenario: tanto un medio para difundir estas ideas como un espacio para resistirlas y educar sobre ellas.
Para los jóvenes, reconocer y desmantelar estos relatos implica un esfuerzo consciente y colectivo. Este proceso demanda cuestionar las narrativas dominantes que promueven el fascismo, desarraigando el odio y la discriminación de las relaciones sociales, familiares y personales. A través de una alfabetización digital crítica, los jóvenes pueden aprender a identificar y rechazar la propaganda disfrazada de información legítima, tomando control sobre los contenidos que consumen y promoviendo perspectivas de justicia y respeto mutuo.
Además, frente al discurso fascista que intenta imponer identidades rígidas y excluyentes, es esencial fortalecer una identidad crítica y flexible. Este enfoque incluye revisar constantemente hasta nuestras propias creencias y valores, rechazando cualquier influencia de ideas fascistas, como el racismo, el sexismo o el autoritarismo. Una identidad crítica permite vernos a nosotros mismos como parte de una comunidad global que valora la diversidad y la igualdad.
Finalmente, la resistencia juvenil al fascismo en todas sus versiones no puede limitarse al pensamiento crítico individual; requiere también organización y militancia en estructuras con principios claros y formación ideológica sólida. Estas organizaciones ofrecen herramientas teóricas y prácticas para enfrentar las raíces estructurales del autoritarismo y la exclusión. A través de la acción política organizada, la creación de comunidades inclusivas y la construcción de alianzas globales, los jóvenes podemos desafiar el odio, promover la solidaridad y sentar las bases de un futuro centrado en la emancipación colectiva y la justicia social.