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Gabriela Mistral y el corazón de América

Nicanor Parra y Enrique Lihn, han explorado sus tensiones entre la innovación y la tradición, reconociéndola como una autora que no se dejó encerrar en etiquetas.
Gabriela Mistral
Autor: Acento.com

Gabriela Mistral no es solo una poeta, es una fuerza elemental que atraviesa el alma de la literatura hispanoamericana. Su obra brota desde las raíces más intimas de la esperanza y la memoria, hasta abrazar un vasto horizonte de humanidad y compromiso.

Detrás del nombre que conocemos está Lucila Godoy Alcayaga, una mujer que fundó con palabras un camino hacia la justicia social, la educación y el reconocimiento cultural de su tierra. Fue la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1945, un reconocimiento a la universidad y fuerza de su voz.

Su obra poética es un torrente de emoción y conciencia, sus poemas son ecos de un mundo por la maternidad, la ternura, el amor universal y el duelo. Su voz lírica se desborda en obras como Desolación (1922), Ternura (1924) y Tala (1938), donde cada verso parece tallado con la paciencia de quien sabe que la palabra es un puente entre el hombre y lo sagrado. En Desolación, por ejemplo, se revela una poesía desgarrada, dolorosa, marcada por la pérdida y el exilio interno. Ahí se lee: “Yo no tengo soledad: yo soy la soledad.”

En esta línea no solo se manifiesta un sentir personal, sino que sintetiza el espíritu de una voz que entiende la soledad como un estado colectivo y profundo. En Ternura, su poesía se hace más suave, casi maternal, como un arrullo que abraza a los niños y a la inocencia. Emerge un canto a la infancia y a la pureza, un refugio en medio de la tormenta del mundo.

Mistral fue una poeta de acción, tuvo una participación política y cultural importante. Fue más que una creadora de versos. Desde su rol como educadora y diplomática trabajó incansablemente en la promoción de la educación pública y los derechos humanos. Defensora del bienestar infantil y de la integración cultural latinoamericana.

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Su nombramiento como cónsul en varios países y su labor como representante cultural ante la Liga de las Naciones, en las Naciones Unidas, muestran a una mujer que trasladó su poesía al terreno de la política, sin perder la hondura de su mirada. En palabras de Elizabeth Bishop: “Mistral fue una poeta con un pie en la tradición y el otro en la lucha por un mundo más justo, uniendo la voz de la tierra con el pulso del tiempo.”

 

Riqueza

Tengo la dicha fiel

y la dicha perdida:

la una como rosa,

la otra como espina.

De lo que me robaron

no fui desposeída:

tengo la dicha fiel y la dicha perdida,

y estoy rica de purpura

y de melancolía.

Ay, que amante es la rosa

y qué amada la espina!

Como el doble contorno

de dos frutas mellizas,

tengo la dicha fiel

y la dicha perdida…

Mistral mostró ser una gran lectora, cultivó un dialogo profundo con escritores y corrientes culturales de su tiempo. Fue admiradora y amiga de Pablo Neruda, quien la consideró “maestra insoslayable de la poesía chilena”. Su obra se nutre de la tradición española y de las raíces indígenas, configurando una poesía mestiza que se inserta en el vasto territorio latinoamericano.

Nicanor Parra y Enrique Lihn, han explorado sus tensiones entre la innovación y la tradición, reconociéndola como una autora que no se dejó encerrar en etiquetas.

Sus textos continúan siendo fuente de estudio en universidades del mundo, reafirmando la vigencia de su legado. Su voz no muere, se sigue escuchando en el viento que atraviesa los valles y las ciudades, en el murmullo de los niños y en el corazón de quienes buscan la belleza y la justicia. Su poesía es un canto que nos invita a sentir la tierra bajo los pies y a mirar con ternura el rostro humano.

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El amor que calla

Si yo te odiara, mi odio te daría

en las palabras, rotundo y seguro;

¡pero te amo y mi amor no se confía

a este hablar de los hombres tan oscuro!

Tú lo quisieras vuelto un alarido,

y viene de tan hondo que ha deshecho

su quemante raudal, desfallecido,

antes de la garganta, antes del pecho.

Estoy lo mismo que estanque colmado

y te parezco un surtido inerte.

¡Todo por mi callar atribulado

que es más atroz que entrar en la muerte!

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