Por: Luciano Vásquez
Pablo…
Quién iba a pensar que tu voz se apagaría así, en un instante, bajo el golpe injusto de un accidente. Tú, que apenas ayer llegaste de Cuba con los ojos encendidos de alegría, mostrándonos aquel diploma de solidaridad que llevabas como medalla en el alma.
Hoy la noticia me desgarra: te has ido para siempre.
Y sin embargo, en mi corazón sigues aquí, caminando conmigo por aquellos viejos ingenios, visitando sindicatos, encendiendo conciencias, sembrando dignidad en cada obrero que nos escuchaba.
Te vas, camarada, con las manos limpias y el deber cumplido.
Te vas como un verdadero revolucionario: constructor de ideas, sembrador de cambios, jinete que galopa por las montañas de la memoria, por las calles que defendiste, por los ingenios que conociste, por los sindicatos que ayudaste a forjar, por el pueblo que amaste.
Hoy releo tus últimas palabras, y en ellas escucho tu voz:
“Me siento más que honrado y obligado a seguir apoyando solidariamente la revolución cubana, hoy como ayer.”
—Pablo Castillo
Hasta siempre, Pablo.
Desde este rincón de dolor, te despido con la promesa de continuar el camino.
Hasta la victoria siempre, camarada.
Quien escribe estas líneas compartió contigo no solo la lucha y la esperanza, sino también el hierro frío de la prisión, por defender juntos la causa de los trabajadores.
De tu amigo y camarada:
Luciano Vásquez.