Por Julio Guzmán Acosta
La juventud dominicana enfrenta una realidad que golpea con dureza su presente y nubla su futuro. La precariedad laboral, la ausencia de políticas públicas efectivas para garantizar el acceso a una vivienda digna y la falta de apoyo financiero para impulsar iniciativas empresariales conforman un entramado de obstáculos que limitan las oportunidades de desarrollo de miles de jóvenes en el país.
Estos desafíos estructurales no solo frenan las aspiraciones legítimas de superación, sino que también fomentan un clima de desorientación y desesperanza. Frente a la falta de referentes positivos y caminos claros, muchos jóvenes terminan idolatrando figuras que han alcanzado la riqueza a través de métodos cuestionables, mientras otros optan por la emigración a cualquier costo, exponiéndose a los peligros de las redes de tráfico de personas.
Además, un sector importante de la juventud se refugia en géneros musicales que promueven un lenguaje y valores que resultan vergonzosos para una sociedad que anhela progreso y respeto. La música, en lugar de ser un vehículo de expresión auténtica y empoderamiento, se convierte en muchas ocasiones en un reflejo de la decadencia cultural que amenaza con arraigarse en las nuevas generaciones.
La falta de un compromiso decidido por parte del Estado y la sociedad civil para crear condiciones que permitan a los jóvenes construir un proyecto de vida sólido y digno es una deuda urgente. Sin empleo estable, sin acceso a una vivienda adecuada y sin apoyo para emprender, la juventud dominicana se encuentra en una encrucijada que exige respuestas inmediatas y efectivas.
Solo con políticas integrales que atiendan estas problemáticas de fondo será posible evitar que más jóvenes caigan en caminos riesgosos o renuncien a su futuro en la tierra que los vio nacer. La esperanza está en reconocerlos no como un problema, sino como la fuerza vital que puede transformar al país, si se les brinda la oportunidad que merecen.