Hace unos días, la profesora María Teresa Cabrera afirmaba que “En estos momentos hay factores que indican que la democracia dominicana está amenazada, y es necesario reflexionar sobre ese peligro y tomar decisiones”. Sus argumentaciones son contundentes: el retroceso que representa el código penal que limita derechos ciudadanos y crea privilegios para funcionarios, los aprestos para monopolizar la movilización y la protesta por parte de las pandillas neotrujillistas, las reformas que se proponen al código laboral que buscan restar derechos a las clases trabajadoras para beneficios del empresariado. Coincidimos con ella, sin ninguna duda.
Es evidente que la derecha, en su versión más extrema, pero derecha, en fin, parece avanzar sin que, hasta hoy, se le pueda poner freno. Sus aprestos incluyen construir nuevos relatos que los exculpen de los hechos de terror que han cometido, resaltar sus “bondades” como gobierno, así como señalar nuevos culpables: los migrantes. Las redes y sus granjas de BOTS, capaces de imitar el comportamiento humano, no se cansan de difundir las bondades de la dictadura trujillista y de Balaguer. Los mejores gobiernos, afirman. Necesitamos un Trujillo, gritan. Llegan al punto de justificar sus crímenes y exculparlos de otras barbaridades como el asesinato de las hermanas Mirabal. Y, aunque no tenga lógica y los hechos los desmientan, son muchas las personas que les creen, incluyendo personas de las clases trabajadoras. Preocupante el caso.
Para las élites empresariales y financieras, la democracia cuesta mucho, impide expandir el negocio y garantizar la rentabilidad de sus operaciones. La desigualdad y pobreza que han creado agitan a los grupos sociales y generan tensiones que no pueden permitir. Requieren de una mano dura que reprima a quienes se le oponen y a quienes protesten, también para precarizar los trabajos y ampliar la explotación. La democracia es un obstáculo para estos planes. Siempre lo ha sido. El desarrollo de nuestra democracia, poco o mucho, sucedió bajo la oposición de esos grupos económicos. Cada paso fue una conquista que costó sangre y sacrificio. Y, aunque el plan no sea del todo muy estructurado y presente algunas notas desafinadas, lo cierto es que tienen en su menú la toma de la democracia y restar todos los derechos que se han logrado. Para ello, reviven el fascismo bajo un modelo nuevo que conserva toda la violencia, el desprecio a la vida humana y la complicidad con las élites de las versiones anteriores.
Avanzan porque la izquierda, quien históricamente ha derrotado al fascismo, se ha distanciado de su proyecto histórico. Ha dejado de pretender asumir el poder y ha hecho de la lucha electoral un fin en lugar de un medio. Cargado de proselitismo electoral, ha pretendido buscar soluciones a los problemas de las clases trabajadoras sin afectar a los intereses del empresariado, por lo que, muchas veces, no coincide con la agenda del pueblo trabajador y, lógicamente, se distancia de esas clases que, sin conciencia en sí y para sí, ante la retórica de la derecha, se suman a ella y pasan a defender los intereses de quienes los explotan y los empobrecen.
La debilidad de la izquierda fortalece a la derecha. Asumir el proyecto histórico de las clases trabajadoras, reconstruir los vínculos con estas, denunciar e impugnar a la sociedad y a sus gobiernos, organizar y movilizar a las clases trabajadoras y construir propuestas viables en correspondencia con los anhelos de las clases trabajadoras, más allá del discurso, son las tareas del momento. Basta de replegarnos; a combatir en todos los escenarios, en todos los territorios. La historia nos pertenece. Hagámosla nuestra.