Por Roberto Acevedo
Haití, donde la historia se tiñe de fuego,
tu lucha brota en cada raíz y cada grano,
desde los campos que regaron tus héroes,
a las cumbres de tus montañas,
allí donde Toussaint y Dessalines dejaron su voz,
retumbando en la eternidad de tu corazón.
Tus manos, manantiales de trabajo,
rompieron las cadenas de un mundo en sombras,
¡Primer grito de libertad en el Caribe!
y tu voz se alzó, como un volcán indomable,
rompiendo las cruces de la esclavitud,
quemando los yugos de los imperios.
Cimarrones del alma, corrieron por tus valles,
y el aire supo entonces lo que era la libertad.
Pero ¡ay, Haití! después de la gloria,
te lanzaron a las sombras de la miseria,
donde el hambre y la tiranía
quisieron quebrar tu esencia.
Un embargo de siglos,
una deuda que nunca fue tuya,
más carga sobre tus hombros
del peso que ya llevabas.
Tus hijos, con manos curtidas por la lucha,
levantaron el polvo de tus tierras rotas,
una y otra vez, como estrellas fugaces
que nacen y mueren en el horizonte de tu desdicha.
Pero nunca te rindes, Haití incansable,
tu sangre sigue viva, en las manos que siembran
y en las voces que claman justicia en las plazas.
Tus tambores aún resuenan
en cada rincón donde la esperanza lucha.
Hoy, tus calles se llenan de miedo y de sombra,
golpeadas por la tierra misma
que sacude tu ser, pero jamás tu espíritu.
Tus hombres y mujeres, con ojos cansados,
se aferran a la dignidad
que no se compra ni se vende.
Y aunque el viento sople fuerte en tus costas,
tus olas de resistencia nunca cesan.
Porque el alma de un pueblo que fue primero libre
no conoce cadenas que lo aten para siempre.