Por Wagner Gomera
La izquierda dominicana —representada por espacios como el Bloque Jesús Adón, el Frente Amplio y el Partido Comunista del Trabajo— ha sido históricamente una expresión de las luchas populares por los derechos fundamentales: el acceso a los servicios básicos, la defensa de los derechos humanos y la denuncia constante del alto costo de la vida. Venimos de los movimientos sociales, de la calle y de las comunidades; nuestras banderas han sido siempre las necesidades más sentidas del pueblo.
Sin embargo, una constante histórica nos interpela: mientras nosotros movilizamos, otros capitalizan. Las huelgas, los paros, las marchas y los reclamos que impulsamos abren los cauces del descontento popular, pero los frutos políticos suelen recogerlos los partidos tradicionales. Son ellos quienes, sin tocar las raíces de la desigualdad, manipulan el malestar para reciclar el mismo modelo que la provoca. Juegan a comparar cifras entre sus gestiones, pero jamás cuestionan las políticas económicas de fondo que sostienen la concentración de la riqueza y perpetúan la pobreza.
En esencia, los métodos de gobernar no cambian porque la lógica del poder sigue siendo la misma: gobernar para unos pocos. Así, se reproducen las desigualdades, el deterioro de los servicios públicos y la dependencia estructural.
Por eso, la izquierda dominicana está llamada a trascender la movilización economicista —aquella que se limita a las reivindicaciones salariales o sectoriales— para avanzar hacia la disputa política, hacia el poder real de decidir las políticas públicas y el modelo económico. No se trata de abandonar la lucha social, sino de elevarla a una lucha política con conciencia de clase y visión de país, que cuestione las raíces del sistema que genera exclusión y atraso.
Esta tarea exige una estrategia integral: vincular la lucha popular con la propuesta de transformaciones estructurales. La izquierda debe situar el debate en los temas de fondo: la redistribución del ingreso, la soberanía económica, la democratización del crédito, la reforma fiscal progresiva, la seguridad social, la vivienda y la educación pública de calidad. Solo desde ahí se puede construir una alternativa que beneficie a las mayorías y confronte el modelo neoliberal que, bajo distintos gobiernos, ha mantenido intactas las estructuras de poder económico.
Al mismo tiempo, es necesario incorporar las preocupaciones cotidianas de la clase media —el tránsito, el costo del dinero, la paz, el orden, el ruido, los impuestos, el deterioro institucional— porque también ahí se gesta una conciencia crítica que puede ser aliada del cambio. La clase media dominicana, cuando percibe una izquierda madura, con propuestas realistas y éticamente firmes, puede convertirse en un sujeto político dispuesto a acompañar un proyecto de transformación nacional.
En definitiva, la izquierda dominicana debe asumir la batalla política con audacia y con proyecto, trascendiendo lo coyuntural sin descuidarlo. Hay que disputar no solo en las calles, sino también en las ideas, en las urnas y en la gestión de las políticas públicas. Solo así se podrá construir una alternativa de poder que encarne la aspiración histórica de nuestro pueblo: una forma de gobierno que sirva a las mayorías, y no a las élites que por décadas han lucrado del sacrificio colectivo.